Tiempo ha pasado desde que la salud mental estaba condenada al ostracismo sórdido de los manicomios. Incluso en Málaga, la tristemente célebre sala 21 del Hospital Civil es apenas ya una huella remota en la memoria. Hoy hay unidades de día, equipos clínicos y la psiquiatría opera con normalidad en la atención primaria. En esa transformación ha tenido mucho que ver la presión ejercida por Afenes, una asociación que este año cumple un cuarto de siglo. Su presidente, Miguel Acosta (Málaga, 1937), sigue al timón con mando infatigable pese a sus 78 años. «La edad la tengo, pero afortunadamente aún no la noto», confiesa este jubilado que ultima estos días su autobiografía: ‘Siguiendo una huella’, un homenaje velado a su padre, de quien aprendió, sobre todo, la constancia.

No hay personas incapaces,sino personascon diferentes capacidades»

Mucho ha llovido con la salud mental.

Sin duda. Aquella etapa de los manicomios era del Tercer Mundo, inhumana. Echando la vista atrás, es evidente que se ha avanzado mucho pero, siendo honesto, se puede decir que se podrían haber hecho más cosas.

¿Detecto cierto descontento?

Para nada. Lo que sí ocurrió es que aquella nueva etapa se hizo de forma precipitada porque no se habilitaron recursos paralelos. Y por eso hubo pacientes, sobre todo personas mayores, muy cronificadas, que cuando salieron a la calle se fueron literalmente ahí, a la calle.

Bueno, pero con los manicomios había que acabar…

Desde luego. La única tranquilidad es que, si no se hubiera hecho así, quizá no se hubiera hecho. ¿Era conveniente? Sin duda, pero con más planificación.

Sin embargo, 25 años después y tras aquella prehistoria tan sórdida, su campaña sigue alertando del estigma. ¿Seguimos mirando mal al enfermo mental?

Sí, el estigma permanece. Quizá porque la sociedad no tiene suficiente información.

¿Hacemos daño, por tanto, cuando utilizamos la palabra loco para insultar?

Afortunadamente ya no se utiliza tanto en términos despectivos. Al menos no como antes. A menudo, los mismos políticos, en el Congreso de los Diputados, para ofenderse se llaman esquizofrénicos en términos peyorativos. Imagínese usted para una persona que ya tiene un problema, que encima se dirijan a él en esos términos. Le estamos poniendo una etiqueta.

 

 

¿Y por qué? ¿Nos cuesta entender al enfermo mental porque no su herida no se ve?

Exacto. Nosotros, de hecho, hablamos de ‘discapacidad invisible’. Es una enfermedad difícil de detectar, porque no se puede diagnosticar con pruebas clínicas, quiero decir con una analítica común de sangre u otro tipo de pruebas. Sólo es posible, y tampoco es certero, en algunos casos muy especiales de trastornos mentales graves, a través de un electroencefalograma y siempre que se haga en el mismo instante de un brote. Sólo podemos atender a los síntomas que van manifestando.

¿Qué alertas puede tener entonces una familia?

La sintomatología que va presentando. Pero incluso en esos casos hay una gama muy amplia que no siempre coincide en todos los casos.

¿Como cuáles?

Son múltiples: ansiedad, delirios, angustia… incluso el miedo y el aislamiento social; se alejan de sus amigos. Lo que es cierto es que, cuando una enfermedad mental llega a una familia, es una bomba que cae en la casa y distorsiona la convivencia.

¿Pero en esto habrá grados, no?

Claro, no todo son trastornos graves. Hay otros más suaves como el trastorno bipolar, con el que pasan de un delirio impresionante a una depresión profunda. O los Trastornos Límites de Personalidad (TLP), que son los más laboriosos de tratar, porque son muy exigentes, y demandan mucha atención, mucho cariño.

O sea, estar pendiente de ellos 24 horas al día.

Sí; y eso el sistema no lo puede soportar. Además, con quien suelen tener las peores reacciones son con su propio entorno. Sin embargo, luego pueden trabajar y llevar una vida prácticamente normal. Se suele decir que no hay personas incapaces sino personas con diferentes capacidades. Hay de hecho personajes ilustres con esquizofrenia.

Pienso en John Nash, el Nobel de Economía que inspiró la película ‘Una mente maravillosa’.

Ahí tiene usted un caso. Es que no sería lógico que estas personas tuvieran que ir por la vida con un cartel anunciando que tienen un trastorno mental. Es una enfermedad crónica, es decir, que se puede controlar, y aunque son más vulnerables pueden llevar una vida normal.

Fuente:http://www.diariosur.es/malaga-capital/201505/25/enfermedad-mental-como-bomba-20150525103223.html?ns_campaign=WC_MS&ns_source=BT&ns_linkname=Scroll&ns_fee=0&ns_mchannel=TW

Por afmmebre

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